Tierra Caliente, Michoacán, Marzo del 2014
Santo Padre:
Acudimos a usted con la confianza que un católico tiene en su pastor. Sabemos que es un hombre de Dios, sensible por el sufrimiento ajeno y allegado a los más necesitados: a los pobres, los desprotegidos, los perseguidos y los olvidados; Dios ha encendido en su corazón amor por el prójimo. Nos anima que considere que la paz es una obra artesanal y no artificial, hecha por individuos movidos en la esperanza y en la caridad, como lo escuchamos muchas personas en el mundo en su mensaje de Navidad.
Nosotros somos sus hermanos latinoamericanos, somos mexicanos que vivimos en Michoacán, un bello estado de tierra fértil de la costa central del Pacífico mexicano, lugar de origen de hombres valientes y mujeres honestas.
Aquí se nos ha enseñado que la esperanza del cristiano es capaz de vencer las más grandes dificultades, de mirar siempre por la paz y la justicia. Sin embargo, en los últimos años esa paz y esa justicia han sido mortalmente heridas y están agonizando.
El cártel de los Caballeros Templarios tiene el control de Michoacán y nos han mermado la esperanza. Hemos vivido en carne propia cómo nuestros padres, hermanos e hijos han muerto a manos de los narcotraficantes, hemos visto cómo los desaparecen, cómo nos extorsionan, nos roban y nos matan; cómo abusan de nuestras madres, cómo son capaces de colgar de un puente a nuestras hermanas embarazadas. Nos obligan a vivir en un infierno; la violencia desmedida y el sufrimiento de los inocentes son el pan de cada día.
Los Caballeros Templarios son la ley sin justicia, los que realmente gobiernan nuestro estado. El gobierno federal nos ha abandonado y estamos olvidados de nuestras autoridades estatales. Dios es el único que no nos deja, Él nos mantiene con esperanza y camina sufriendo con nosotros, nos lleva de la mano, a través de sus pastores, cinco de los cuales han sido brutalmente asesinados en esta región en los últimos tiempos y muchos otros amenazados. Estamos acorralados. A pesar de que los horrores que nos imponen los criminales, la esperanza en Jesús no nos la pueden robar.
Por eso acudimos a usted, porque creemos que sus palabras y sus oraciones pueden reconstruir donde el mal y el egoísmo han destruido, y donde el olvido y la negligencia han abierto camino a la muerte.
No queremos ver a nuestra tierra convertida en un reino de sangre y humillación, no queremos a nuestras familias destruidas y muertas, no queremos llorar más padres, ni hermanas. No queremos más cabezas sin cuerpo, más madres sin hijos, no queremos más tristezas ni más dolor. Tenemos miedo. El nuestro es un grito de auxilio.
Dios, por su parte, sabe incendiar los corazones. A los que nos faltaba arrojo, nos colmó de coraje. En un intento urgente por recobrar el derecho a la vida que nos niegan los criminales y que olvida nuestro gobierno, las Autodefensas de Michoacán, es decir, nosotros, nuestros padres, madres, hermanos, hermanas nos levantamos en armas contra los Caballeros Templarios. Nos hemos defendido, han hecho la tarea que el gobierno no quiere hacer.
Sin experiencia, con el corazón en la mano, con respeto por los inocentes y con vocación de libertad hemos avanzando y vamos recuperando lo que era de todos nosotros: la paz, nuestra tierra fértil, la que Dios regaló a nuestros antepasados.
Y aunque nos quieran destruir, el pueblo de México nos apoya desde el corazón y sabemos que Dios nos bendice, pues peleamos por nuestros derechos fundamentales: el Derecho a la Vida, a la libertad, a la seguridad y el derecho a revelarnos contra la opresión. Tal como se consigna en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. No pedimos más, solo queremos vivir en paz.
Santo Padre, con la esperanza que nos da la fe en Jesús, que no abandona a los que entregan sus vidas por los que aman, le pedimos que bendiga la lucha de estas Autodefensas Michoacanas, que nos hemos levantado contra la opresión, en un intento urgente por salvarnos.
No queremos más balas disparadas, pero no les han dejado otra salida: Era armarnos o morir a manos de los narcotraficantes, viviendo como esclavos.
Ténganos presentes, a los michoacanos, en sus oraciones, así como nosotros lo tenemos a usted. Tanto a los que peleamos por la justicia, para que Dios nos guarde, como a los mismos criminales, para que Dios les toque el corazón y se conviertan y dejen de matar.
No queremos más muerte, no queremos más miedo.
Con los ojos puestos en Dios y las manos trabajando por nuestros hermanos. Queremos labrar la tierra como antes, trabajar, comerciar, vivir, rezar, sin los horrores de la guerra, pero para esto es necesario que el crimen deje de tener el control sobre Michoacán: que paren los secuestros, los asesinatos y las violaciones; los robos, las extorsiones y las desapariciones.
Santo Padre, le pedimos que haga un llamado a toda la Iglesia, especialmente a la Iglesia Mexicana, para que unidos en oración y comunidad, tomemos conciencia del dolor de los Michoacanos y se solidaricen pues, este mal de la corrupción y la violencia, crece por todo nuestro país.
También le suplicamos que haga un llamado al gobierno de México, a nuestro Presidente, Enrique Peña Nieto y a nuestro Gobernador, Fausto Vallejo Figueroa, para que detengan y procesen a los Caballeros Templarios, y para que detengan la ilógica persecución contra los Autodefensas Michoacanas –están metiendo a la cárcel a quienes sólo luchan por la paz y el derecho. Le suplicamos haga un llamado al Gobierno Mexicano para que haciendo la labor que le corresponde nos devuelva la tranquilidad.
Sabemos que la voz del Papa habla con la verdad, a favor de la vida y en la caridad. Si bien nuestras voces no siempre pueden ser escuchadas, la suya sí. Le damos gracias a Dios por contar con un hermano y un pastor que habla por los que no somos escuchados. Por eso pedimos su ayuda. Tenemos esperanza en que de la mano de Cristo y bajo el manto de la Virgen de Guadalupe, la justicia podrá regresar a nuestra tierra. Dios le bendiga.
En la esperanza de Cristo,
Sus hijos Michoacanos.
Dr. José Manuel Mireles Valverde.
Consejero de las Autodefensas de Michoacán.
Vocero